Eran aquellos los días de una esperanza, eran los días donde la incertidumbre tocaba las puertas de la emancipación. En el Sur de una tierra esclavizada se escuchaba a lo lejos de un baluarte Sanjuanero los rumores de una autonomía, gritaban en las aceras llenos de angustia su preocupación. Eran los hijos y los padres de fundadores y mártires quienes por medios aplicados a la autonomía luchaban incansablemente por la libertad de su tierra querida. Fue entonces cuando el gobierno español decretado por la Realeza María Cristina y el Presidente de los Ministros Práxedes M. Sagasta, en un 25 de noviembre de (1897), fue concedida a la isla de Puerto Rico la práctica de un gobierno de carácter autonómico. Tardó cuatrocientos años para que finalmente se les reconociera a los isleños la potestad de gobernarse por sí mismos, aunque se mantuviera una relación política con la metrópolis. Luego después de un corto lapso de tiempo el gobierno autonómico duró poco, como bien dice el dicho, “lo bueno dura, pero corto”.
Es allí donde se levantaron las manos de grandes contribuyentes en marcha a una autonomía gubernamental constituyente del pueblo puertorriqueño. Fue la señal en un cerro de una ciudad dispuesta a poner en juicio su lealtad hacia el pueblo y a la ley autonómica. Encabezado por el ilustre sangermeño, Francisco Mariano Quiñones, Tomás Agrait y Font, organizaron una manifestación cívica y colectiva donde todo el pueblo se dio cita para ser testigos de tan hermoso acontecimiento evidente, la autonomía tan ansiada por más de cuatrocientos años. Al frente de tan espléndida manifestación la encabezaba una lujosa carroza, señalando un trono en el cual iba a su vez la diosa de la libertad. La cual representaba la distinguida dama sangermeña, ya fenecida, Doña Mercedes Palmer, madre amantísima de grandes ilustres.
El pueblo se levantaba eufórico, caminaban con gran entusiasmo por las calles de aquellas piedras históricas de ladrillo y tierra, se miraban con asombro y jubilo unos a otros, el abrazo era la afirmación de un nuevo rumbo, el llanto era la emoción de un nuevo rumbo, los gritos eran señales de proeza, los caminos eran alborotados por la victoria, era aquel encuentro el desfile patriótico de un pueblo unido. La visión de un éxito se deslumbraba en las alturas, donde todos podían revelar su gloria, es entonces cuando continuaron su marcha al ritmo de amor y gozo hacia un cerro. En aquel lugar de la loma todos se concentraron en confundidos abrazos y alegrías, para dar por indicio el logro y la bienvenida de un nuevo gobierno autónomo, tomaron una semilla de ceiba y la plantaron como señal de triunfo y perseverancia. Después de incansables intentos por la autonomía de Puerto Rico, por fin se podía ver el oleaje de un nuevo camino hacia el establecimiento de un gobierno propio.
Aquella diminuta semilla ha crecido con el tiempo y con ella la frustración de un engaño, fue tan poco el tiempo autónomo que solo el árbol permaneció allí dispuesto hacer una señal de firmeza y lealtad por los suyos. Este es un dato histórico que fue una realidad palpable de aquel acontecimiento histórico autonómico de aquel año (1897), como a su vez el clamor de un pueblo por la discrepancia de un gobierno intransigente español y luego el remate de una traición anglosajona. Es allí donde en la fina capa del sol, el árbol permite alumbrar sus huellas como motivo de veracidad. Allí se conserva un peldaño lleno de inmensas espinas de las que se resguarda del dolor, sus enormes raíces parecieran confundirse entre lo inalcanzable y la voluntad. Sus esparcidas ramas cubren su espacio como motivo de que aún existe tiempo y razón, su tronco muestra el pasar de estación de cada año, pues dibuja una imagen anciana, pero a su vez rígida por su enorme tallo.
En aquel hermoso árbol pareciera que vive un gigante autónomo en su interior, durmiendo descalzo, angustiado por el embargo de una invasión. Solo queda en aquel cerro de la libertad, como jubilosamente le dieron por nombre en aquella celebración, un viejo árbol de ceiba, en el cual le bautizaron por nombre “La Ceiba De La Libertad”. Ha pasado 120 años, La Ceiba de la Libertad ha sido deponente del crecimiento del pueblo, de las ignoradas esperas por conservar su patrimonio, su historia, su realidad, en un pueblo sumergido de historia, de vivencias, de cultura, de tradiciones, de arquitectura histórica y aún no se toma en cuenta el verdadero baluarte que estas antiguas joyas conservan a la luz del sol y el despliego de las estrellas. El pueblo de San Germán, es uno de los lugares históricos donde más visita obtiene por extranjeros, compueblanos, más no se le reconoce el valor histórico y cultural que este árbol de Ceiba posee y sus reliquias a lo largo del pueblo.
Después de recorrer el pueblo de San German, la nostalgia me invadió por un segundo, naturalmente soy del pueblo de Rio Piedras que, ahora pertenece a San Juan. Me cuestionaba a mí mismo, será que los ojos de un extranjero pueden notar la dilucides de lo provocado, o simplemente la costumbre puede más que la voluntad. Mis pensamientos conspiraban mis palabras y tendencias, no podía aceptar la impotencia, tampoco la dependencia de falsas esperanzas, fue entonces donde se me ocurrió tomar conciencia y comenzar a escribir estas palabras que encarnan mi sentir muy adentro de mis entrañas. Hemos permitido como pueblo dejar que sea la espera, la causa del derroche y del desprendimiento de un valor, de una historia. No puedo ver el desconcierto de lo verídico y el tratar de ocultar el cielo con las mentiras. No puedo entender porque no querer educar sobre la historia marcada y dejar afuera el precursor del sometimiento, si al final la mentira jamás puede ir por encima de la verdad, solo para aquel que se lo quiere creer y verse así mismo.
Hagamos de una reflexión la gestación de un nuevo movimiento colectivo, donde la naturaleza del derecho sea la voz y donde las injusticias sean el repudio desnudo de una violación a los derechos. Levantemos nuestras miradas y comencemos a darnos paso hacia un Norte, donde solo exista la dignidad colectiva de un pueblo escuchado, donde cada quien tome la misma tela en su juicio, donde no exista la supremacía y la igualdad sea la unión de dos, donde exista un solo destino y la concordancia sea la magnificencia de la libertad. Hagamos de nuestro corazón la emancipación de poder determinar nuestra victoria. No podemos limitarnos a la espera de un mesías o de un milagro, no podemos seguir dejándonos que nos invada la frustración, el fracaso, el sometimiento, tenemos que aprender a vivir de aquellas positivas acciones, no es mera casualidad que en cada pueblo se disfrace una historia y sea el extranjero quien tome ventaja sobre ella. Es deber de nosotros tomar acción y encarar lo que por derecho es propio y legítimo. Somos nosotros los puertorriqueños, vamos a darle vida a este baluarte de nombre, “El Cerro de la Libertad” y, “La Ceiba de la Libertad”, démosle una inyección de amor y sacrificio, para que nuestros hijos puedan sembrar la misma causa.
Quiero agradecer profundamente a la familia Almodóvar, por su cordialidad en darnos la bienvenida, ya que este hermoso icono de la historia puertorriqueña se encuentra en los terrenos de la familia, ubicado en el barrio Sabana Grande Abajo, sector Cerro La Libertad.
Mi más profundo y sincero agradecimiento
Un humilde servidor del pueblo… Julio Garcia
“LA CEIBA DE LA LIBERTAD”
Tú, que te haces llamar ceiba por caridad de
la nativa sangra indígena que en mi lecho inspira.
Es tu semejanza la que nos narra en la alusiva,
la libertad preservadora árbol de vida.
Son tus ramas la conquista de un cielo azul,
intranquila por la extendida gallardía
del tiempo y la vida misma.
Son tus raíces la extensa calma,
que deliberadamente cruza
la tierra en busca de nuevas vías.
Es tu tronco el revuelo de una madre en gestación,
guardando en cada paso del tiempo
el conocimiento y la incesantes
revelación de una perseverancia escrita.
No por viejo las hojas alzaron su vuelo,
fue por el tiempo robustecido donde los años
cumplen un valor enriquecido entre tu
mirada y la mía.
Fue el jolgorio, era el júbilo,
testigos de lo acontecido.
una señal azotaba las esperanzas de
un cerro alto en el segundo pueblo viejo
de Puerto Rico, San German, el cual
alzaba con regocijo, una semilla de
consignación donde vitalizara el pacto
de un patrimonio merecido.
Plantaron en aquella tarde con satisfacción
y dedicación un símbolo de dicha concordancia,
otorgándole un mensaje que les concedía
la perspicacia de una autonomía efectiva.
Se tornó de emoción la manifestación,
Pues era un Francisco Mariano Quiñones,
un Tomás Agrait y un Font,
los que exclamaban a viva voz,
plantaremos como señal de victoria,
el árbol de la libertadora revolución…