por Israel Rodríguez Sánchez
Hoy, se cumple una semana desde que el gobernador Ricardo Rosselló solicitó la renuncia del líder novoprogresista Héctor O’Neill, y aunque nada ha pasado desde entonces, nadie debe dudar de que sus días en la alcaldía de Guaynabo llegarán pronto a su fin.
La estrategia del alcalde de no hacer apariciones públicas y seguir como si nada pasara –tal y como hizo cuando una investigación periodística destapó el escándalo primarista en Guaynabo, en el que estuvo involucrado su círculo cercano de empleados de confianza y decenas de policías municipales– no le va a funcionar esta vez.
Todo lo contrario, a medida que pasan los días, el descaro del alcalde, quien transó una demanda en su contra de hostigamiento sexual por $400,000, aumenta el reclamo de las mujeres y de grupos aliados para sacar a O’Neill de la alcaldía.
Ese activismo no solo lo vemos en las redes sociales, como atestigua una petición de renuncia que circula por el ciberespacio, y que al momento de escribir esta columna tiene 7,248 firmas, sino en la manifestación realizada el viernes frente a la alcaldía de Guaynabo.
Otra realidad en contra de O’Neill, distinta a controversias que ha protagonizado este alcalde en el pasado, es que parece no contar con el apoyo de su jefe político en el gobierno y en el Partido Nuevo Progresista. Sin ese apoyo, y la presión de las mujeres, le será muy difícil mantenerse en el cargo, aún cuando el Departamento de Justicia y la Oficina del Fiscal Especial Independiente no hagan nada.
O’Neill ha campeado por sus respetos por el apoyo popular en su pueblo y en las huestes penepeístas. Se llegó a posicionar en un momento dado como un líder recto, que discrepaba del mismo partido cuando tenía que hacerlo, y con apoyo hasta dentro del Partido Popular Democrático. Pero esta vez, admitir hostigamiento sexual le ha asestado un golpe mortal a su carrera pol?ítica. El abuso contra una empleada lo ha desmoralizado en su partido y en su base proselitista. Y todo esto ocurre en un momento de debilidad política para O’Neill porque él no está en el bando que ayudó a Ricardo Rosselló a advenir al poder del PNP. Recordemos que apoyó a Pedro Pierluisi.
La ola que le ha sobrevenido, con su hijo cargando con esa misma tara, incrementa su desmoralización para ocupar el cargo público.
¿Con qué fuerza moral puede ya decir nada? Ese es el problema. O’Neill tiene los días contados.
Aún recuerdo que una vez, mientras lo entrevistaba junto a una colega periodista en la alcaldía, O’Neill dijo que el problema de violencia doméstica en Puerto Rico responde a que “la mujer es muy libertina”. ¿Libertinaje no será lo que tiene él en el gobierno y la política?
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