Por: Esteban
“Donde hay fuerza de hecho se pierden ciertos derechos.” Miguel de Cervantes Saavedra
El ascenso de Juan Bosch al poder el 27 de febrero de 1963, quien era el candidato menos conocido entre los contendientes en las elecciones celebradas el 20 de diciembre de 1962, fue un intento por llenar el vacío político dejado por Trujillo luego de su ajusticiamiento el 30 de mayo de 1961. Pero los 17 meses que antecedieron a estas elecciones estuvieron marcados por fuertes contradicciones dentro de los círculos de poder económico, político y social. Primero, una condición geopolítica favoreció la causa bochista: la preocupación de Estados Unidos por evitar a toda costa una nueva Cuba. Esta situación abrió la puerta a una política de mayor cobertura en lo que respecta a la tolerancia política. Segundo, el interés marcado de sectores trujillistas de cerrarle el camino al antitrujillismo radical de la Unión Cívica Nacional, preocupación esta que encontró eco en el borrón y cuenta nueva del PRD y Bosch.
Pero la elección del nuevo Gobierno no resolvía las confrontaciones interclasistas. Cierto nivel de racionalismo de Bosch y su Gobierno encontraba obstáculos políticos frente a hechos como: el concepto utilitario y pragmático del empresariado en lo que concierne a la ley; el destino de los bienes de Trujillo que Balaguer puso en manos del Estado; la libertad de culto que desafiaba el Concordato de 1954; la incertidumbre del empresariado en lo que respecta al sector industrial, etc.
La Constitución de abril de 1963 fue el fenómeno más sintomático porque en ella se condensaba el grueso de las contradicciones. Cuando el proyecto estaba en discusión, Riad Cabral expreso: “si aprueban esta constitución comenzará la guerra.” Y así fue: Bosch fue derrocado por la mayoría de los industriales, terratenientes, militares y el clero católico, el 25 de septiembre de 1963.
Al cumplirse el cincuenta aniversario de la Constitución del 29 de abril de 1963, está vigente la pregunta: ¿Cuál es la importancia que se le da a esa legislación que apenas se mantuvo viva por unos cuatro meses? En el campo político algunos intelectuales expresan opiniones como las siguientes:
El profesor Joaquín Gerónimo, en un seminario para la celebración de los cincuenta años de esta constitución, establece lo siguiente:
Esa constitución de 1963 era, y lo sigue siendo, la más democrática que había conocido el país en toda su historia. En ella—continua Gerónimo—se ampliaban notablemente las libertades públicas, se otorgaba a los trabajadores el derecho a participar en los beneficios de las empresas donde laboraban y se proclama la libertad sindical; se consagraba para los campesinos desposeídos el derecho a la tierra y se prohibía el latifundio; se establecía el derecho a la vivienda y se consagraba la plena vigencia de los derechos humanos.
En el periódico Hoy Digital, de fecha 30 de abril de 2009, Jesús de la Rosa al respecto dice:
Para Bosch y sus partidarios se trataba de una lucha por la libertad e igualdad políticas contra el tradicional dominio exclusivo y autoritario por parte de un reducido grupo de tutumpotes. Para sus oponentes, no era más que un intento de convertir la República en una nación si Dios y sin culto.
En una reseña que hace el periódico digital Ciudad Oriental sobre el seminario celebrado en Funglode en marzo del año en curso, Euclides Gutiérrez Félix establece que:
Juan Bosch era el más grande maestro político de América, que estableció el gobierno más democrático y revolucionario en términos sociales, en la que la propia constitución de 1963 fue un verdadero plan de gobierno demasiado avanzado para la época, con el objetivo de administrar la inmensa riqueza dejada por Trujillo, del cual dijo fue el verdadero objetivo del derrocamiento de Bosch, para robarse esa fortuna de más de 300 millones de dólares de la época, como sucedió posteriormente.
Para una reflexión de izquierda sobre el orden jurídico y la propia Revolución de abril, sobre su parte relevante y trascendente, me parece que hay dos aspectos que sobresalen en relación a los demás:
El primero, la intención política encarnada en la nueva Constitución para la superación cualitativa del vacío de derechos humanos en el cual estaba sumida RD por más de tres décadas.
El segundo aspecto, que la Constitución de 1963, luego del golpe de Estado del 25 de septiembre del mismo año, se convierte en credo político, en ideología, que alimentó todas las luchas sociales y políticas hasta desembocar en la Revolución de Abril de 1965. Y esta revolución, como se sabe, no abría una perspectiva futura de incertidumbres como algo natural a toda revolución, sino que recogía los objetivos programáticos ya plasmados del abortado proceso del 63, cuyo mejor símbolo fue la consigna de vuelta a la Constitución sin la necesidad de nuevas elecciones.
El vacio de derechos humanos.
En el campo progresista, nadie contraría que los postulados básicos de la Carta Magna del 29 de abril de 1963 dieron forma jurídico-política a las aspiraciones democráticas, económicas y sociales de la inmensa mayoría de la población dominicana. En las anotaciones, comentarios, críticas, sobre la parte que analizamos, se destacan puntos que pudieron satisfacer viejas necesidades planteadas a todo lo largo y ancho de la historia dominicana:
- El derecho a la participación de los trabajadores en los beneficios de la empresa.
- El derecho de ir a la huelga.
- Igualdad de derecho del hombre y la mujer.
- Libertad sindical.
- Libertad de pensamiento y asociación.
- La libertad de culto.
- La igualdad de los hijos.
- Se tiene a la salud como un derecho fundamental.
- Se prohíbe el monopolio y el latifundio, y el minifundio se declara como antisocial.
- La seguridad de mercado para la producción agrícola, se asienta la necesidad de la reforma agraria.
- Convierte en figura jurídica la rebelión del pueblo ante el mandato ilegal.
- La rendición de cuentas del funcionario público, entre otros puntos importantes.
La constitución de 1963 como credo político
Como puede verse, no importa el bando político e ideológico donde se esté; no importa que el ala radical de la Revolución asuma estas tareas como un una etapa de otras tantas, o que el bando liberal lo vea como un fin en sí; lo que vale la pena desde el punto de vista político es que, más o menos, eran los objetivos políticos capaces de movilizar a las capas bajas de la sociedad dominicana.
No hay dudas, es verdad: primero a regañadientes y luego vía el consenso abierto, la testarudez del hecho histórico, la Renovación de Abril, juntó a militares progresistas, civiles democráticos, a comunistas, en la trinchera y el frente político, teniendo como norte el regreso a la ambientación política creada por las elecciones del 20 de diciembre y a los acomodos constitucionales llevados a cabo cuatro meses después.
Perdimos, pero fue lo correcto. Como este panel es convocado por una convergencia de izquierda, viene al caso citar a Marx quien establece, creo que en 1844, el siguiente pasaje en la crítica sobre la filosofía del derecho de Hegel que “UNA REVOLUCION RADICAL SOLO PUEDE SER UNA REVOLUCION DE NECESIDADES RADICALES.” Y como se sabe, la sociedad dominicana no ameritaba de soluciones radicales posterior al ajusticiamiento de Trujillo, pues estaba planteado el escenario para dar una respuesta política dentro de las propias fronteras del liberalismo burgués que, dicho sea de paso, la sociedad dominicana de ese entonces no contaba (como bien lo establece Marx) con “el elemento pasivo, con una base material”, sobre la cual apoyar un orden radical, incluso no podía sostener una parte de los postulados boschistas.
Puede afirmarse lo siguiente: la Constitución de 1963 fue un puente que trató de conectar la generación política que Bosch representaba con una de las dos grandes líneas que atraviesan la historia desde que la Nación inaugura en San Cristóbal su orden jurídico el seis de noviembre de 1844: la corriente liberal que en cada tramo de la historia es traicionada por su propia dinámica interna. Por eso no resulta extraño que detrás de un Juan Pablo Duarte, de Sánchez, Luperón, Bonó, Juan Bosch, etc., haya, por cada uno de ellos, cincuenta Pedro Santana.
Esta parte trágica, sin embargo, no desluce ni quita meritos al hecho de que la vuelta a la constitucionalidad como árbol que dio mucha sombra a una diversidad de sectores desde el punto de vista económico y político-ideológico, sea uno de los acontecimientos más importantes de la historia nacional. Los acontecimientos que van desde el 63 hasta la Revolución de Abril del 65, definió coyunturalmente dos grandes campos: un bando democrático y progresista; el otro, conservador, siempre con un criterio utilitario del manejo de las instrucciones políticas.
Por definición, una revolución triunfante es una lucha de muchos contra pocos. Y la virtud de la Constitución del 29 de abril del 63, tumbado el Gobierno y derogada ésta, fue (utopía o posibilidad) el sostén que dio sentido a la aspiración de todo un pueblo.
De manera que, a la hora de evaluar los hechos que hoy día nos reúnen en este local, al volver la mirada 50 años atrás, hay que evitar caer en dos posibles errores dentro del campo progresista. Nos faltaría el ojo crítico y un hurgar desapasionado si hacemos de la Constitución del 63, la Revolución del 65 y del propio Juan Bosch, un fetiche y una idolatría. La consecuencia de esto sería divorciar el problema jurídico-político del económico y social, convirtiendo la ley que un país se da (como es el caso de la Constitución del 63) en algo así como una ficción jurídica, haciendo coro con aquellos que hoy día quieren divinizar en forma acrítica la figura de Bosch.
El derecho (leyes, constituciones, códigos, normas), está, como dice Nico Pulantza, salpicado de los intereses económicos, y fueron esos intereses los que terminaron imponiéndose tanto en el 63 como en el 65.
De algo tiene que servir el cuadro que presenta la Administración Kennedy posterior al ajusticiamiento de la muerte de Trujillo. He aquí su lógica bien construida: “hay tres posibilidades en un orden descendiente de preferencia: un régimen democrático decente, una continuación del régimen de Trujillo o u régimen de tipo Castro. Debemos aspirar a la primero, pero no podemos renunciar a lo segundo hasta estar seguros que podemos evitar lo tercero.”
El polo conservador (oligarquía, imperialismo, Iglesia) puso como norma los intereses y la fuerza para decidir la situación. Para este bloque era retorica de mal gusto un liberalismo burgués al estilo Rousseau y Jefferson.
Analizando la crudeza de la lucha por el poder, Marx estableció: “CIERTO, EL ARMA DE LA CRÍTICA NO PUEDE SUSTITUIR LA CRÍTICA DE LAS ARMAS.” LA FUERZA, “LA CRÍTICA DE LAS ARMAS”, selló el destino de Bosch, y la fórmula volvió a administrársele en 1990.
Una lectura marxista aproximada de la realidad podría reelaborar una consigna que está en boga: la Constitución de 1963 fue la más democrática (y también la más utópica).
Sobre el otro posible error, no voy a abundar mucho. Solo establezco que sería un desatino desconocer que las contradicciones interburguesas en nuestro país han creado las mayores crisis políticas fuera y dentro del parlamento. Y que desde el punto de vista de un movimiento revolucionario con don de mando y vocación de poder su suerte estará determinada por un balance político que le permita guardar sus principios y sus objetivos estratégicos en los avatares políticos y sociales que no necesariamente tendrán que reproducir nuestro esquema mental.
Me parece que ese es el mejor tributo que puede hacerse a esos hombres y mujeres del ayer que con sus limitaciones y bajo la tiranía de las circunstancias históricas, se montaron en la cresta de la ola revolucionaria.
26 de abril, 2013
Esteban