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¡Fusté, mírese usted!

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Rafael, Pepe and me

La supuesta decisión del “juez” Fusté  contra patriotas puertorriqueños me recuerda cómo en los tiempos de la esclavitud tradicional, cuando se escapaba algún esclavo, el amo mandaba a otros esclavos a recapturarlo.  Cuando lo lograban, se lo traían para atrás al amo, lo amarraban y lo castigaban a latigazos.  Pero, para que el amo no se lastimara las manos, ellos —los esclavos— le daban los latigazos al esclavo recapturado.  ¿No se les parece esto mucho a la conducta de este juez Fusté, quien siguiendo las instrucciones de sus amos y señores, firmó una orden judicial para que agentes del FBI tomaran muestras de ADN a luchadores independentistas? 

Esto me recuerda una estrofa de un poema que escribí hace algún tiempo:

 

Hay canallas tan canallas

que matan su propia gente,

sirviendo los intereses

del invasor de su patria.

 

Sin embargo, hay otro juez de apellido Torruella, quien a pesar de haber estado al servicio de los mismos amos y señores de Fusté, se liberó por un momento de las cadenas sicológicas del colonialismo y se atrevió hablar como todo un puertorriqueño y ver lo que los independentistas hemos visto siempre y que ahora mucha gente más está “descubriendo”:  el coloniaje esclavizante que sufre Puerto Rico desde el 25 de julio de 1898. 

A los puertorriqueños honestos que al momento de descubrir esta verdad han sentido rabia por las humillaciones de los yanquis hacia nuestro pueblo, les dedico este poema que escribí años atrás.

Y volvió a llamarse Pedro

 

Había un puertorriqueño,

tan y tan colonizao,

que a quien lo llamara Pedro,

lo mandaba pal… (pa´ ahí mismo).

Pues juraba llamarse Peter,

Peter Rod no Pedro Rodríguez,

y quería lo llamaran míster,

aunque era del barrio Tibes.

 

Y un día llegó a los nuevayores,

mascando chicle en inglés,

y se le acercaron unos señores,

a preguntarle quién era él.

 

A lo que casi les grita,

¡Yo americano! ¿No se me ve?

Yo teniendo ciudadanía,

y también hablando mucho inglés.

 

Y los señores con cara de migra,

lo miran una y otra vez,

y sin decir esta boca es mía,

lo rempujan hacia la pared.

 

Y se lo llevan a un cuarto,

donde lo esnúan en una celda,

que porque no podían creer,

fuera americano de adeveras.

 

Y el míster gritaba y gritaba,

que él era míster Peter Rod,

un americano de pura flama,

del hamburger y de los hot dogs.

 

Al rato uno de los gringos,

que ya no aguantaba más,

al míster de Puerto Rico,

le mandó tremenda patá.

 

Y como por arte de magia,

de brujería o por orgullo,

el míster dejó las gringadas,

y al gringo le sopló un puño.

Y le salieron cuatro carajos,

dichos en un perfecto español,

y cuando regresó a su barrio,

¡trajo un coquí en su corazón!

          Mis dioses llevan tu nombre, 2000.

Rafael Cancel Miranda
Se llega más pronto a la meta de pie que de rodillas.


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